sábado, 4 de diciembre de 2010

Anécdota Triste...

Tardé mucho tiempo en encontrar las palabras, o tal vez no quería decirlas. Mi tristeza no me dejó pensar con claridad, no podía dejar salir este dolor.
Apenas sintió la tierra el peso de tus pequeños pasos, sólo fuiste una gota en el mar de la eternidad, sólo te posaste aquí; y fue suficiente para que el mundo te mostrara su peor cara. Siento terror por el sufrimiento que padeciste y no puedo olvidar el escalofrío recorriendo mi cuerpo cuando escuché palabras que anunciaban la desgracia. Deseo no pertenecer a este lugar destinado a destruir las cosas puras.
Intenté ser fuerte mientras enterraba tu cuerpo destrozado y la lluvia se mezclaba con mis lágrimas. Me ahogué al darme cuenta que nunca recorrerías los tejados, ni contemplarías las estrellas, ni sentirías el calor humano.
Tuve que dejarte ir, mi pequeño ángel sin rostro. Mi rabia, mi sed de venganza, mi impotencia; aún las siento palpitando debajo de la piel. No volveré a verte, no puedo retroceder el pasado, no puedo corregir mi error. Tontamente creí que los seres que te invocaron serían tus guardianes; confié estúpidamente y tú pagaste el precio de mi descuido. Ellos ni siquiera tuvieron el valor de darte descanso; no les importaste. Al mundo no le importaste, fuiste otra criatura desafortunada.
Al menos quiero que una parte de ti siga viva en mis palabras, como recordatorio triste de lo egoístas que pueden ser los vivos y lo lamentable que es la muerte de un inocente.

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