domingo, 26 de junio de 2011

Desvaríos y desencantos.

Luchando por no desfallecer, intento mantener firme mi resolución para afrontar el día de mañana con serenidad. Se cierne sobre mí la sed de la desesperación, mi frustración crece; no sé hasta que punto resistiré.
Al sonido de una canción conocida, dejo ir mis quejas en silencio y caigo hacia los límites de lo que palpan mis sentidos. Esas notas tranquilas someten mi ansiedad, permiten tolerar todo por un momento más y así existo en el mundo de los hombres durante instantes de musicalidad. Soy la melodía que sonará cuando te pintes de oscuridad, soy el soneto que escucharás cuando todo esté por derrumbarse.
Divago esperando el momento oportuno para convertirme en lluvia, me haré uno con el suelo que palpita debajo de mis pies e iré hasta lo más profundo para escuchar el grito de vida de la tierra; así, recordaré que aún le pertenezco y luego dormiré para volver a olvidarlo.
Me deshago entre estas y otras ideas baratas, me distraigo con tonterías; todo se vale cuando de matar el tiempo se trata y acepto perder mi sensatez a ratos, siempre y cuando esta irreverencia no me haga soñar con cosas imposibles que atormentan. Si eso ocurre debo escapar del ensueño a través de mi amargura, la cual es boleto sin retorno al despertar de mi letargo. Una inyección de veneno que mata la ilusión...
Desafortunado aquél que se evade de su presente, tarde o temprano será alcanzado y deberá pagar las consecuencias. Pago por mi debilidad, aunque en el fondo deseo huir una vez más.

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